12 de junio de 2013

15 de junio


El próximo sábado, 15 de junio, se cumplen doscientos sesenta y seis años del día en que el muchacho Cósimo Piovasco di Rondó se encaramó a un árbol y adoptó la firme determinación de no volver a poner un pie en tierra en su vida.
 
Cada vez que se aproxima la fecha me resulta imposible sustraerme al recuerdo del protagonista de El barón rampante, de Italo Calvino. Cada vez que se acerca el 15 de junio no puedo evitar acordarme de uno de los personajes más fascinantes que me ha regalado la literatura.
 
El acto de trepar a un árbol, hacerse el juramento de pasar el resto de los días entre las ramas, y las inigualables aventuras que tal decisión acarrea, a la manera de Cósimo quien, con semejante comportamiento, se rebeló contra la forma de vida, rancia y aristocrática, imperante en el palacio de su padre el barón, y que daba ya los estertores en el viejo continente, no solo coloca a Cósimo como una personificación precoz de esos hombres ilustrados que arrojarán la luz de la razón sobre Europa, sino que también me hace llegar al convencimiento de que para escribir historias fantásticas de calidad no es necesario ambientar las tramas en constelaciones más allá de Orión, o en planos paralelos de realidad, sino que basta con subirse a la horcadura de una encina y contemplar el mundo a unos cuantos metros del suelo.

 

1 comentario:

weiss dijo...

Un buen amigo al que le atribuyo gran criterio literario me dijo que "El barón rampante" era uno de sus libros favoritos. Tendré que ponerlo en la lista de lecturas pendientes :)